Cuando Carmen Emmi rodó Plainclothes, pensó que estaba contando una historia del pasado. Una pieza ambientada en los noventa, en un tiempo donde la represión policial hacia los hombres gay parecía un capítulo cerrado. “Creíamos que era una película de época”, recuerda Russell Tovey, uno de sus protagonistas. “Y resulta que era un espejo del presente”.
La frase resuena como un eco incómodo. Mientras el elenco promociona el film, la prensa reporta que más de doscientas personas han sido arrestadas en una operación de la policía ferroviaria en una zona de cruising en Penn Station. Treinta años después, los cuerpos y los deseos siguen siendo terreno de vigilancia. Y Plainclothes, que parecía una postal del pasado, se convierte en una advertencia urgente sobre el presente.
En el corazón de la película late Lucas, un joven agente encubierto interpretado por Tom Blyth. Su tarea: infiltrarse entre hombres gay en espacios públicos, provocar encuentros, registrar pruebas y realizar arrestos. Pero en la tensión entre deber y deseo, algo se fractura. Lucas comienza a reconocerse en aquellos a quienes debe atrapar. El conflicto se intensifica cuando conoce a Andrew —el personaje de Tovey— y la misión se transforma en una batalla íntima entre la represión y la verdad.
 
Para Blyth, el guion fue una revelación. “Sentí que nunca había visto algo así”, confiesa. “No era solo una historia necesaria, era profundamente personal. Se notaba que quien la había escrito se había dejado la piel en cada línea.” Y tenía razón. Emmi concibió Plainclothes después de leer sobre una redada real ocurrida en 2014, cuando oficiales encubiertos en California atrajeron a hombres en baños públicos para luego arrestarlos. “Entrevisté a policías, a los hombres detenidos… incluso algunos de los agentes admitieron haberse excitado en el trabajo. Me pareció fascinante esa contradicción.”
El director, que había salido del clóset poco antes y cuyo hermano se preparaba para ingresar a la policía, sintió la necesidad de explorar esa zona de tensión entre el uniforme y la vulnerabilidad. “Yo también empecé a reprimir mis emociones en los noventa”, cuenta. “Volver a esa década fue una especie de terapia. Una forma de enfrentar mi propio pasado.”
Tovey, conocido por su capacidad de habitar personajes queer complejos, reconoce que la historia le tocó fibras profundas. “Hemos heredado el trauma de esas operaciones encubiertas, desde Oscar Wilde hasta George Michael. Ese miedo, esa vergüenza… siguen vibrando dentro de nosotros. La película habla mucho de la vergüenza, y para un actor eso es un territorio riquísimo, porque cada persona la vive de forma distinta.”
En Plainclothes, esa vergüenza se convierte en atmósfera. El film oscila entre el thriller, el drama romántico y una tensión casi física. Hay momentos de deseo que rozan lo peligroso, y escenas de violencia que dejan al espectador sin aliento. Pero, como señala Emmi, también hay espacio para la ternura. “No esperaba que la historia fuera tan romántica”, admite. “Fue algo que descubrimos en el rodaje, entre Tom y Russell. Ellos trajeron una química que reveló un lado de mí que no sabía que existía. Creo que el proceso me hizo más romántico.”
La conexión entre ambos actores fue inmediata. “Cuando los vi juntos por primera vez en Zoom, lo sentí”, dice Emmi. “Era innegable.” Tovey ríe al recordar la “prueba de química”: una escena del final de la película que, según cuenta, dejó a todo el equipo en silencio. “Fue una lectura por videollamada, y aun así había algo eléctrico.”
Esa conexión también se sostuvo fuera del set, aunque el proceso no fue fácil. Blyth reconoce que encarnar a Lucas lo llevó a un terreno oscuro. “Él vive en una paranoia constante, escondiendo quién es, y eso empezó a colarse en mis noches. Me iba a dormir con ansiedad, repasando lo que él sentía.” Pero el rodaje, paradójicamente, se convirtió en su refugio. “Trabajar con Russell y Carmen era liberador. En el set todo era juego, curiosidad, exploración. Podía respirar.”
Tovey sonríe cuando se habla de generosidad actoral, aunque luego lo analiza con más seriedad. “Ser generoso como actor es exponerte. Es usar tus propias heridas para que otros se reconozcan. Te puedes dañar un poco en el proceso, pero lo haces por una historia que vale la pena.”
Y Plainclothes lo vale. Su retrato de un hombre atrapado entre el deber institucional y el deseo personal no se limita a la experiencia queer: es una reflexión sobre la culpa, el silencio y la posibilidad de redención. “Lucas se persigue a sí mismo”, dice Blyth. “Pero al final, cuando se permite decir la verdad, encuentra algo de aire. Por primera vez puede respirar. Y quizá eso sea lo más esperanzador: que incluso en el infierno del autoengaño, todavía hay salida.”
 
El final de la película deja preguntas abiertas. ¿Qué pasa con Lucas y Andrew después? ¿Hay reencuentro, perdón, amor? Para Tovey, esa ambigüedad es lo que la hace poderosa. “Mucha gente nos pregunta dónde están ahora los personajes, y eso habla del impacto del film. Lo hermoso es que todo está atravesado por una radical bondad. Incluso los personajes duros actúan desde el amor, o al menos desde la preocupación.”
Esa “bondad radical”, como la llama el actor, es el corazón de la película. En medio del miedo, el deseo y la vigilancia, Plainclothes ofrece una forma de ternura que no busca absolver, sino comprender. “Creo que todos los personajes esconden algo”, reflexiona Emmi. “No solo los queer. Todos. La película trata sobre eso: sobre cómo las mentiras se heredan y las verdades, cuando se dicen, pueden liberar a todos.”
El último plano, con la madre de Lucas recibiendo una carta, encierra esa posibilidad. “Esa sonrisa es ambigua”, dice Tovey. “No sabemos si acepta o si simplemente intenta entender. Pero lo importante es que ya no hay rechazo, hay curiosidad. Y la curiosidad también es una forma de amor.”
Para Tovey, interpretar personajes queer en distintos grados de represión —desde Looking hasta American Horror Story: NYC— ha sido una especie de misión. “Es un privilegio. Quiero seguir contando estas historias porque son necesarias. Crecí sin verlas, y si ahora alguien puede sentirse visto a través de ellas, vale la pena todo.”
Y en un momento político en el que la visibilidad vuelve a ser una palabra de resistencia, sus palabras pesan más que nunca. “Tenemos que seguir contando historias queer”, insiste. “Sí, otra más, y otra más. Hasta que dejen de ser una novedad, hasta que simplemente sean parte del mundo.”
Blyth asiente. “Ojalá lleguemos a un punto en el que ya no haya que distinguir entre cine y cine queer. Pero mientras eso no ocurra, tenemos que seguir haciéndolo visible. Porque incluso las historias más duras pueden dejar una sensación de esperanza, y eso es lo que hace Plainclothes. No es pornografía del trauma. Es una historia de luz.”
Y quizá por eso, aunque trate sobre la represión y la vergüenza, Plainclothes termina siendo una película sobre la posibilidad de amar —incluso cuando nadie te ha enseñado cómo hacerlo.