El carisma de Russell Tovey es de esos que se sienten antes de verlo. Llega solo, sin entourage, saluda uno por uno y recuerda nombres. Así se presenta el flamante Hombre del Año en los Attitude Awards, un actor que ha logrado lo que pocos: mantener los pies en la tierra mientras conquista la gran pantalla con personajes profundamente humanos y queer.
Su más reciente proyecto, Plainclothes, no solo le valió premios en Sundance y en el festival FilmOut de San Diego, sino que también reafirma su lugar como una voz poderosa dentro del cine LGBTQIA+. Pero más allá de los galardones, Tovey lo tiene claro: esta historia le importa por lo que dice, no por lo que gana. “Es una película sobre cómo nos reprimimos, sobre lo que la vergüenza puede hacer con nosotros”, confiesa.
Ambientada en 1997, en una ciudad pequeña del estado de Nueva York, Plainclothes narra la historia de Andrew, un hombre gay reprimido que se convierte en el blanco de una operación policial encubierta en los baños de un centro comercial. El policía que debía atraparlo, Lucas (Tom Blyth), experimenta un cambio inesperado al conocerlo. Lo que comienza como una trampa se convierte en una conexión emocional y física tan intensa como prohibida. “Todo explota desde ahí —emocionalmente, sexualmente— y cambia para ambos”, explica Tovey.
El actor reconoce que el guion lo atrapó desde las primeras páginas. “A veces, basta con leer el ritmo de un diálogo para saber que quieres ser ese personaje. Fue instintivo.” Esa intuición también lo unió a su compañero de reparto. “Tom y yo éramos muy similares como actores: vulnerables, abiertos, sin miedo. Nos sostuvimos mutuamente.”
Tovey describe el rodaje como una experiencia radicalmente honesta, donde la vulnerabilidad se convirtió en una forma de poder. En el set había un coordinador de intimidad, algo que él considera fundamental para el cine actual. “Antes, esas figuras no existían. Ahora hay diálogo, cuidado, claridad. Eso te permite ser libre dentro del riesgo.” Una de las escenas sexuales más intensas de la película se construyó, dice, con “absoluta confianza”, coreografiada para proteger la seguridad emocional de ambos actores. “Esa estructura nos dio libertad”, asegura.
Pero Plainclothes no es solo una historia de represión sexual; es una radiografía de la vergüenza como mecanismo de control. El título —“de civil”— refleja esa tensión constante entre lo que se muestra y lo que se esconde. Andrew y Lucas, atrapados entre la ley y el deseo, encarnan la pregunta más antigua del cine queer: ¿qué ocurre cuando el amor se vuelve un delito?
Detrás de cámara, el director Carmen Emmi aportó una energía contagiosa que, según Tovey, marcó el tono del rodaje. “Era puro entusiasmo. Todos querían hacer algo verdadero, algo que doliera y sanara al mismo tiempo.” Esa mezcla de vulnerabilidad y pasión impregna cada escena, con una atmósfera que oscila entre la tensión erótica y la ternura.
Hoy, mientras recibe premios y viaja entre festivales y pasarelas, Tovey se reconoce a sí mismo como algo más que un actor exitoso: se considera un “modelo de posibilidad” para quienes crecieron sintiendo que ser gay era una limitación. “Quiero que los chicos queer me vean y piensen que ellos también pueden tener éxito siendo exactamente quienes son”, dice con una sonrisa sincera.
En una época donde la representación queer ya no busca solo visibilidad, sino profundidad, Plainclothes y Tovey abren un espacio para algo más poderoso: la ternura como forma de resistencia. Y en un mundo que todavía castiga la vulnerabilidad masculina, esa es quizá la revolución más radical de todas.